“Mi marido me
pega lo normal”: puede parecer un chiste, pero en realidad se trata de un estremecedor
libro de Miguel Lorente sobre los malos tratos que sufren todavía hoy, por
desgracia, tantas mujeres. Hoy no voy a hablar sobre los malos tratos, pero lo
cierto es que cada vez que me da por reflexionar sobre lo que es o no “normal”, me viene a la mente este título. Si lo
piensas bien, te darás cuenta de que vives tu vida considerando que todo lo que
haces, lo que te ocurre, lo que piensas o lo que sientes es “lo normal”; hasta
que, de repente, algún día te enfrentas a algo o alguien que se encuentra en
las antípodas de esa normalidad. Si resulta que, por algún motivo, ese algo o
alguien te ofende o te irrita, puede que no tardes ni un segundo en colgarle la etiqueta de “anormal”; puede incluso
que te dediques a acumular supuestas “pruebas” de que el que tiene razón eres
tú, y que la postura “normal” es la tuya.
Lo hacemos constantemente, en todo momento y lugar; ¿quién
no se ha dicho alguna vez a sí mismo “esto
no es normal”? Y nos quedamos tan tranquilos, básicamente porque nos sabemos poseedores de LA VERDAD, así, en mayúsculas. Ni por un momento se
nos ocurre pensar que, para el otro, ésa es su normalidad. Ni se nos pasa por
la cabeza que puedan existir diversas
“normalidades”, o, como se denomina en términos de PNL (Programación
Neuro-Lingüística), diversos mapas o
maneras de entender el mundo. Estamos seguros de que “lo normal” es único, y,
casualmente, “lo normal” es lo que
cuadra con nuestro mapa.
¿A dónde nos
puede llevar esta simplificación extrema de la
realidad? Nos aboca, desde mi punto de vista, al menosprecio, a la
violencia, a la discriminación, a la recriminación, en resumen, a la falta de respeto hacia otras realidades distintas a la nuestra. Esto, a nivel particular, suele provocar
tensiones en las relaciones con los demás, discusiones, ataques y rupturas. Y,
a nivel más global, puede provocar, en el peor de los casos, guerras.
La solución, simple de enunciar y no tan
simple de aplicar, pasa por ampliar
nuestro mapa; por “dar permiso” a los demás para existir tal y como son, por
considerarlos legítimos aunque no compartamos sus puntos de vista. Decía Miguel de Unamuno que el fascismo se
cura leyendo y el racismo se cura viajando; en cualquier caso, la clave para la
cura radica en dejar de comportarnos
como jueces supremos. Porque, en realidad, ¿quién te ha dicho a ti que tu mapa es el correcto? ¿Dónde está
escrito? Lo cierto es que no está escrito en ninguna parte, esa supuesta ley
sólo está viva en tu cabeza. Y te convierte en una persona inflexible, probablemente en una compañía poco deseada, y,
sin duda alguna, en un alma que sufre con cada piedra del camino.
¿Es eso lo que quieres para tu vida? Aunque algunas
corrientes de pensamiento consideran que a esta vida hemos venido a sufrir, yo
opino que la vida es demasiado bella y
breve como para malgastarla de esa manera. Y me atrevo a proponerte que
simplifiques tu vida: si quieres que te
respeten, respeta; si quieres que te comprendan, comprende; si quieres que
te abracen, abraza. Es así de simple; porque, en el fondo, las cosas son
simples si no nos empeñamos en complicarlas. Como decía Jonathan Swift, ojalá
vivas todos los días de tu vida.