Algunas personas tienen miedo a volar: la sola idea
de subirse a un avión les provoca un sudor frío
y una angustia difíciles de comprender para el que se embarca, en cambio, sereno ante la
perspectiva de un viaje. Como dice la canción, mata más gente el tabaco que los
aviones, pero probablemente los que sufren esta fobia no lo suelen tener en
cuenta.
¿Cuál es el miedo de fondo? Puede que sea el eterno miedo a
morir, el miedo a descubrir esa otra dimensión,
temida justamente por desconocida. Al reflexionar sobre ello, siempre me ronda
la misma pregunta: ¿y qué pasa si yo muero? Pues, honestamente, no gran cosa.
Muchos otros han vivido y han muerto antes que yo, y el universo ha seguido su
curso. Por lo tanto, si resulta que la tierra seguirá girando cuando yo ya no
gire con ella, ¿a qué temo realmente?
Quizás es el miedo a
sufrir antes de llegar al final, pero sospecho que lo que nos aterra es morir
demasiado pronto, cuando aún nos queden muchas cosas por hacer. Y, si se trata
de eso, ¿a qué estamos esperando para hacer lo que nuestro ser nos reclama? ¿Qué
conjunción específica de planetas debe tener lugar para que yo me lance, al
fin, a vivir la vida que realmente anhelo? Si dejamos de lado todo aquello que,
creemos, el mundo espera de nosotros, la respuesta es muy simple: el momento de
vivir es ahora, en realidad no existe ningún otro momento. El pasado ya no
tiene arreglo, y el futuro está hoy en construcción. Visto así, parece que tenemos
dos opciones claras: podemos seguir ignorándonos, guardando nuestras esperanzas
y nuestras ilusiones para otro día, con el evidente peligro de que ese día no
llegue y el repaso de nuestra vida nos deje un amargo sabor, o bien podemos
tomar esas esperanzas e ilusiones y enarbolarlas con fuerza, dejando que nos
guíen por el camino correcto para nosotros.
El miedo a vivir sólo
se supera viviendo, y el más valiente no es el que no tiene miedo, sino el que,
aun teniéndolo, sigue adelante. Es un riesgo, sí, y seguramente va a suponer adentrarnos
en las arenas movedizas de lo desconocido, pero ahora mismo hay otra pregunta
que asalta mi corazón como un salvaje viento que no cesa: ¿y qué pasa si yo
vivo? Lo voy a descubrir.