lunes, 29 de octubre de 2012

PADRES PERFECTOS, HIJOS PERFECTOS


¿Te acuerdas cuando eras pequeño y sufrías las “injusticias” cometidas por tu padre o por tu madre? Es casi seguro que, si formas parte de una familia sin patologías, ellos lo hicieran con una intención positiva, pero tú lo vivías con sufrimiento; de manera que te prometiste a ti mismo que, cuando tuvieras tus propios hijos, eso no lo ibas a repetir. Por otro lado, había otras cosas que sí apreciabas de tus progenitores, una especie de lista blanca,  que probablemente sea más breve que la primera, pero que también juega un papel importante, y que estás más que dispuesto a aplicar en la relación con tus hijos.

Y, ahora, llegado el momento en que ya existe esa personita que es sangre de tu sangre, una vez definido claramente lo que está bien y lo que no, lo que hay que hacer y lo que no, puede ser que el rol de padre o madre te resulte más complicado de lo que habías pensado: cada día es una lucha de fuerzas titánica, la responsabilidad te pesa demasiado, e incluso a ratos te planteas si tú sirves realmente para esto. Como se suele decir, cuando creías tener todas las respuestas, viene la vida y te cambia todas las preguntas. Ante tal falta de confianza en ti mismo y en lo que puedes hacer, cualquier pequeña decisión se torna un suplicio: haces una reprimenda, y al segundo siguiente ya te estás arrepintiendo de haberla hecho; o le dejas jugar un rato antes de hacer los deberes, e inmediatamente después te preguntas si no debieras haberte negado. Y cuando ves que no aguanta ni cinco minutos dibujando, te invade la sospecha de que lo estás educando mal, y te acabas atribuyendo la culpa de que sea tan inquieto. En definitiva, no confías en ti, y eso sólo te puede llevar a hacer las cosas peor, cosa que retroalimenta la visión negativa que tienes de ti mismo y de lo que haces. Y lo que en principio debía ser una gran experiencia a disfrutar, se convierte más bien en un sufrimiento continuo.

¿De dónde viene, entonces, esa sensación de no hacer nada bien en lo que se refiere a los hijos? Probablemente, de haber creado unas expectativas demasiado elevadas y de autoexigirse en extremo: aspiras a no cometer ningún error porque tus hijos deben ser “perfectos”. Deben ser los más inteligentes, los más educados, los más dotados para el deporte, los más obedientes, los más cariñosos,… Como si todo eso fuera únicamente responsabilidad tuya. Además, no podemos perder de vista que estamos juzgando todo un proceso de educación en base solamente a una serie de resultados muy precisos, con lo cual el resultado final acaba por canibalizar todo el proceso en sí, todo el esfuerzo realizado, toda la energía invertida y todo el amor ofrecido.

¿Quién puede decir con seguridad lo que es un hijo perfecto? Como ocurre con el ideal de perfección en general, y con todo en realidad, cada uno tendrá una opinión diferente, y seguramente no nos pondríamos de acuerdo. Y, aunque lo lográramos, ¿qué prefieres que sea tu hijo, perfecto o feliz? Porque no nos vamos a engañar: tú sufres porque no has logrado que él sea la perfección a la que aspirabas, y él sufre porque cree que, para que le quieras, tiene que comportarse como alguien que realmente no es. Así no es de extrañar que muchos hogares se conviertan en verdaderos campos de batalla en los que resulta imposible tener un minuto de paz, y en fuentes habituales de estrés, frustración y decepción.

¿Y si resultara que, además de una serie de obligaciones, ser padre o madre fuera otra cosa, otra cosa mucho más agradable? Como, por ejemplo, aceptar y querer a tu hijo tal como es y tal como viene, proporcionarle un lugar seguro en el que crecer y aprender todo aquello que le va a hacer falta para ir por la vida, darle todo el amor necesario para que se desarrolle como una persona completa y feliz, y disfrutar de los momentos agradables que compartís. Siendo tú el ejemplo que quieres que siga, no como modelo perfecto, sino como persona humana que eres, con virtudes y defectos; una persona que, aunque a veces no lo consiga, siempre se esfuerza por lo que quiere, y cuyo esfuerzo tiene un valor enorme. Una persona que quizás no es perfecta, pero es que, ¿quién te ha pedido que lo seas?