martes, 30 de julio de 2013

¡NOS TRASLADAMOS!




La vida sigue, las personas y las cosas cambian... Y, los blogs, ¡también! Debido a cambios en mi página web (que están a punto de publicarse), a partir del próximo 1 de Septiembre de 2013 este blog quedará cerrado... Y me puedes seguir desde ya en mi nuevo blog, que estoy segura que va a seguir siendo de tu interés:




Muchas gracias a tod@s por vuestra atención y vuestra participación, y nos seguimos viendo con nuevos paisajes de fondo.

Un abrazo,

Maika.

viernes, 31 de mayo de 2013

"¡OYE, MUNDO, ME GUSTA EL SEXO!"

¿Grito de guerra? ¿Llamada de auxilio? ¿Declaración de intenciones? En cualquier caso, y sin ninguna duda, es el título del nuevo libro de la escritora y comunicadora Roser Amills, una fresca invitación a reflexionar, en clave femenina, sobre los secretos para alcanzar la ansiada felicidad sexual.

¿Y qué se nos pasa por la cabeza cuando escuchamos tal afirmación en boca de una mujer? ¿Qué pensarías tú? De hecho, ¿qué has pensado tú? No es cosa habitual escuchar a la población femenina compartir con el mundo su gusto por el sexo, y sin embargo es un tema bastante más extendido entre la población masculina. ¿Es que las mujeres no disfrutamos del sexo? ¿O quizás ese silencio se deba a otros motivos?
Existe una primera posibilidad, bastante obvia, aunque en absoluto racional, que tiene que ver con el miedo al qué dirán

las mujeres que “airean” sus asuntos en materia sexual suelen provocar todo tipo de suspicacias, cuando no son tachadas directamente de casquivanas, o algo incluso peor. 

Exponer dichos asuntos en público se considera aceptable viniendo de un hombre, pero todavía censurable viniendo de una mujer. Conviene recordar que la nuestra es una tradición judeocristiana, en la cual el cuerpo de la mujer siempre ha tenido un estigma de pecado, ligado a la tentación y al peligro. Además, el papel sexual que la mujer ha venido desarrollando tradicionalmente ha sido el de simple receptora pasiva, por lo que aún hoy a muchos y muchas les resulta incómodo aceptarla como agente activo en la materia, con sus propias necesidades y elecciones.

Pero existen también otras posibles causas para el silencio femenino respecto al sexo: ¿cómo se puede vivir bien la sexualidad cuando una no se siente cómoda en su propia piel? Nuestra sociedad nos vende el culto al cuerpo y la obsesión por la eterna juventud como una especie de panacea universal, y nosotras la compramos sin rechistar. En realidad, se trata de una elegante forma de autodestrucción: cuando la celulitis, las arrugas o las canas equivalen a un fracaso personal, da igual lo inteligente, positiva o generosa que sea una mujer, que se va a seguir sintiendo indigna. El hecho de ligar nuestra valía a un aspecto físico que, irremediablemente, se deteriora, y al visto bueno de los demás, nos coloca en una situación de inseguridad y vulnerabilidad extrema. Y la negación o el rechazo del propio cuerpo puede frustrar cualquier posibilidad de compartirlo o disfrutar de él.

A estas alturas, sabemos positivamente que lo que pasa por la mente condiciona  de manera definitiva el disfrute sexual. Porque, de hecho, el sexo empieza en el cerebro

Y ya hemos hablado del temor de la mujer a lo que digan los demás, pero, ¿qué es lo que se dice ella misma? Sin ninguna duda, la mente de la mujer es su peor enemiga a la hora de dejarse llevar. 

El placer femenino ha estado tradicionalmente supeditado al masculino, y a día de hoy todavía subsisten muchas ideas preconcebidas, que se traducen en conductas como angustiarse por querer “estar a la altura”, o callarse la insatisfacción para no “molestar” o porque “toca aguantarse”. Como si nuestro placer fuera secundario, y el otro nos estuviera haciendo un favor. Como si nuestras necesidades fueran menos importantes. Como si no tuviéramos derecho a ser nosotras mismas, a respetar lo que deseamos y a luchar por ello. Estaremos de acuerdo en que, con este altísimo nivel de autosabotaje, no hay quien disfrute de nada.

Todo lo anteriormente comentado no implica, por supuesto, que los hombres lo tengan mucho mejor que las mujeres; de hecho, bastante tienen ellos con su ancestral deber de “dar la talla” tanto si nieva como si caen bombas, cosa que, por cierto, provoca cada día un mayor  número de disfunciones y consultas a especialistas. Lo que sí implica es que existen diversos motivos por los cuales a las mujeres aún hoy nos cuesta gritar al viento nuestro gusto por el sexo, y que cada una sufre sus propios fantasmas. Nos quedan muchas batallas por ganar en el camino hacia la libertad y la felicidad sexual, y la más importante la hemos de librar, sin duda, contra nosotras mismas. Por mucho que pensemos, o incluso digamos, que tenemos derecho a vivir plenamente nuestra sexualidad, por más que lo deseemos, no lo lograremos hasta que nos demos permiso para ello. Se trata de liberar la mente, lo que pasa por escucharnos con atención, por respetarnos sin excepción, por aceptarnos sin negación alguna, por responsabilizarnos de nuestro placer y por seguir aprendiendo todo lo que aún nos queda por aprender. Y todo eso sólo se logra dejando de ignorar nuestras penas, y poniendo en práctica nuevos puntos de vista, por incómodos que resulten al principio.


Y ahí va una última reflexión tanto para ellos como para ellas: ¿qué pasaría si conocieras bien tu cuerpo, si tuvieras claro cómo querrías que fueran tus relaciones sexuales y se lo comunicaras a tu pareja, si tuvieras en cuenta los deseos del otro? ¡Pues que el juego podría ser realmente satisfactorio para ambos! Y, en palabras de Roser Amills, entonces sí que podríamos gritar “¡oye, mundo, me gusta el sexo!”, con la cabeza bien alta y los ojos sonrientes, como faceta completa y satisfactoria de la existencia que es. 

Y tú, ¿te sientes a gusto en tu piel? ¿Te atreves a vivir tu cuerpo con naturalidad?

Te deseo lo mejor,

Maika.

P.D.: Si quieres aprender a aceptarte y quererte más, podemos trabajar juntas. Contacta conmigo aquí


Este post lo escribí especialmente para mis amigos de www.vectorsocial.com, que lo publicaron el 24/05/13.

lunes, 29 de abril de 2013

DECIR SÍ A LA VIDA


Estar vivo es un verdadero lujo. ¿No te lo crees? Te invito a que dediques un minuto a reflexionar sobre la otra alternativa posible, no estar vivo, y puede que lo veas de otra manera. Y, a pesar de que te digas a ti mismo que sí, que la vida es muy bonita, es posible que consideres que también es complicada a ratos, a menudo frustrante y muchas veces difícil de comprender. Quizás no es tan fácil decir sí a la vida.

La palabra “sí” parece sencilla de decir, pero en la práctica no lo resulta tanto, básicamente porque implica un compromiso que, a veces, no estamos dispuestos o no nos vemos capaces de cumplir. De la misma manera, decir sí a la vida es todo un reto: sólo pensar en rendirte y entregarte a todo lo que te traiga, tal como es y tal como viene, hace que tus pulsaciones se disparen y que tu cuerpo empiece a temblar. Te dejas invadir por el miedo, y, para acabar con tal desasosiego, optas por una opción que ya conoces bien: el autosabotaje. Te estás autosaboteando cada vez que:

ü Evitas nuevas experiencias
ü Encuentras una excusa para no cambiar
ü Dejas para mañana lo que podrías hacer hoy
ü Culpas a cualquier otro de tus infortunios
ü Eludes tus problemas

Lo cierto es que, aunque estas técnicas de autosabotaje sean muy prácticas, el hecho de utilizarlas genera una fuerte insatisfacción, porque, en el fondo, sabes perfectamente que te estás engañando a ti mismo. ¿Estás seguro de que la creencia de sentirte a salvo compensa la posibilidad de llegar a avergonzarte de ti?

“El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”, Siddharta Gautama (Buda)

Y yo me pregunto, ¿qué es lo que hace que vivir con plenitud nos dé tanto miedo? Puede que sea el miedo a comprometernos con la vida, entendiendo el compromiso como el hecho de elegir algo, renunciando a otras cosas, y actuar en consecuencia para lograrlo. Quizás no confiamos en nuestra capacidad para pensar, para aprender, para elegir y tomar decisiones; quizás no tenemos confianza en nuestra capacidad para hacer frente a los desafíos de la vida.

La falta de confianza en nosotros mismos influye de manera decisiva en nuestra incapacidad para lanzarnos a vivir. Pero también hay otro elemento que no podemos perder de vista, y es el temor a la felicidad. Como escribió Nathaniel Branden, aunque suene paradójico, se necesita coraje para tolerar la felicidad sin sabotearnos a nosotros mismos. En ocasiones, el solo hecho de vislumbrar la posibilidad de ser feliz activa esa voz interior que te dice que no te mereces lo que tienes, o que no te durará, o que la vida no es así y que, por lo tanto, estás condenado a fracasar. Lamentablemente, dar credibilidad a tales afirmaciones suele generar profecías que se cumplen a sí mismas.

“Cuando actuamos primariamente guiados por el miedo, tarde o temprano precipitamos la calamidad que tememos”, Nathaniel Branden.

Pero las cosas no son tan terribles como parecen, y sólo tienes que dedicar un momento a pensar honestamente y con calma para darte cuenta. Si estás leyendo esto, es porque ya hace un tiempo que transitas por este camino de la vida; y, en tal caso, ya habrás pasado por muchas cosas. ¿Cuántas decisiones has tomado en tu vida? Piénsalo bien, ¿cuántas situaciones difíciles has afrontado y has superado con éxito? ¿Cuántas más vas a tener que superar para darte cuenta de que eres capaz de todo lo que te propongas? Sólo tienes que proponértelo; tú tienes toda la fuerza que necesitas para cambiar y crecer.

Sí, ahora sabes que puedes, pero quizás aún dudas de si te lo mereces… Te voy a hacer dos preguntas muy simples: ¿estás siendo el tipo de persona que quieres ser? ¿Estás siendo fiel a esos valores que son tan importantes para ti, como la sinceridad, la bondad o la justicia? Sólo puedes respetarte a ti mismo cuando tus ideales y tus acciones coinciden, cuando lo que dices que buscas y lo que haces van de la mano. Los seres humanos necesitamos confiar en nosotros mismos y necesitamos admirarnos, incluso cuando nadie mira, porque, de hecho, nuestro inconsciente siempre está mirando. Y cuando confías en ti y te admiras, te das cuenta de que tú también eres digno de respeto, de amor y de felicidad, de que tú también te mereces todo lo bueno que la vida te regala.

“Qué distinta experiencia se tiene cuando se mira al suelo o a las estrellas”, Mario Alonso Puig.


Sí, el hecho de vivir, no podemos obviarlo, tiene sus inevitables inclemencias y contrariedades, y no se trata de ignorarlas: en palabras de Joan Garriga, no se trata de expulsar los demonios, sino más bien de convocarlos al servicio de la vidaSe trata de abrir los ojos a la cara brillante de la vida, de aceptar que va íntimamente ligada a otra cara más oscura, y reconocer de una vez por todas que la alegría y la satisfacción son derechos innatos naturales. Se trata, en fin, de celebrar todo aquello que la vida nos da por el simple y sublime hecho de estar vivos, ¿te animas a celebrarlo conmigo?



martes, 5 de marzo de 2013

PLANTAR CARA A LOS PROBLEMAS


La vida de hoy se mueve a un ritmo frenético, y no se trata sólo de una sospecha, basta con echar un vistazo alrededor para confirmarlo: en la calle y en la vida todo son prisas, el mundo nunca duerme y parar no está permitido. Y los seres humanos parecemos no tener más remedio que adaptarnos a esta especie de fast life, que nos aboca, a menudo, al infierno del estrés.

Y yo me pregunto, ¿seguro que es así? ¿Seguro que, en toda esta azarosa historia, el nuestro es el papel de víctimas? Algunos indicios invitan, por lo menos, a la duda: incluso aceptando que durante nuestro horario laboral debamos seguir obligatoriamente este ritmo vertiginoso, ¿cómo es que, cuando salgo del trabajo, en lugar de aprovechar para desconectar y parar, sigo corriendo para llegar a una clase, a una cita, al supermercado y al cine? ¿Y, entonces, cuál es la excusa para seguir el mismo ritmo endiablado durante el fin de semana y las vacaciones? La cuestión es encontrar siempre algo que hacer a continuación, hasta llegar, exhaustos, a la hora de perder la conciencia en brazos del sueño. Es una rutina que un día pusimos en marcha, y que ahora no sabemos o no queremos parar. ¿Y cuál es el por qué todo este overbooking de tareas?

“La gente no sabe estar quieta”, Blaise Pascal.

Aunque quizás la pregunta más correcta sea otra: ¿cuál es el para qué? Mihaly Csikszentmihalyi, autor del recomendable libro “Fluir”, lo tiene muy claro: para evadirnos de nuestros dolores, reales o imaginarios, de nuestros rencores, de nuestras frustraciones. Según Csikszentmihalyi, las personas no somos capaces de enfocar nuestros pensamientos más que unos pocos minutos. Tenemos muy poco control sobre nuestra mente, aunque no llegamos a notarlo porque adquirimos una serie de rutinas que canalizan nuestra energía psíquica. Vamos saltando de un “deber” a otro de la mañana a la noche, como si del juego de la oca se tratara, con el piloto automático en marcha desde que nos levantamos hasta que el sueño nos sumerge en la inconsciencia.

Pero, ¿qué ocurre cuando estamos en soledad y no tenemos nada concreto que hacer? Pues que nuestra mente se relaja, y resulta que tiene la extraña y desafortunada costumbre de quedarse enganchada en  pensamientos dolorosos o perturbadores: son esos momentos en los que llegas a vislumbrar que tu trabajo hace tiempo que no te llena, que te preocupa el futuro de tus hijos, que la relación con tu pareja ya no funciona, o que tu vida no se parece en nada a lo que siempre habías pensado que querías. Así no es de extrañar que los seres humanos estemos dispuestos a llenar nuestras mentes con cualquier estímulo externo mientras eso nos evite la “tentación” de mirar hacia el interior y fijarnos en las emociones negativas. Este tipo de emociones, desagradables, desconcertantes, son sin embargo el síntoma más claro de que algo no va bien, el síntoma más claro de que tu vida está necesitando un cambio de manera urgente. Pero el cambio nos aterroriza, así que lo más probable es que acabes poniendo la tele o sumergiéndote en tu móvil para dejar de pensar más “tonterías”, y para que las aguas vuelvan a su cauce, quizás no satisfactorio, pero sí cómodo y conocido. Por lo menos, hasta la próxima vez que bajes la guardia…

“Las personas están mal y sufren en parte porque no saben que sufren”, Claudio Naranjo.

Si te resulta familiar algo de lo anterior, es posible que te estés preguntado qué puedes hacer al respecto. El problema radica principalmente en la creencia limitante de que los cambios son desgracias a evitar, y nuestro conservador refranero se encarga de recordárnoslo: más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. ¿Y por qué razón debería quedarme con esto, si no es positivo para mí? ¿Y si resulta que puedo encontrar otra cosa que sí me satisfaga, o que me satisfaga más? El simple hecho de cambiar la palabra “problema” por la palabra “desafío” ya es un gran avance: tomar cada desafío, no como algo que debe reprimirse o evitarse, sino como una oportunidad para aprender y para mejorar las propias habilidades. También se requiere una sólida base de confianza: confiar en que, ocurra lo que ocurra, tú tienes los recursos necesarios para sobrevivir y seguir adelante, o tienes capacidad suficiente para adquirirlos. Y, por supuesto, necesitas sentir que te lo mereces: mereces un trabajo mejor, unas relaciones personales más satisfactorias o una vida emocional más intensa o equilibrada. Hacer las cosas sin pasión es vivir sin resonar, sentir que no estás aprovechando tu vida. Si decides plantar cara a tus problemas, y trabajas estos elementos, es más que probable que tu vida esté a punto de cambiar, y, sí, esta vez para bien.

“Para obtener la libertad, primero hay que ser capaz de liberarse”, Alejandro Jodorowsky.

Sin duda, una vida que valga la pena vivir requiere de la valentía de la consciencia y la responsabilidad. Oscar Wilde escribió que, para la mayoría de nosotros, la verdadera vida es la vida que no llevamos. Pero eso puede cambiar, tú lo puedes hacer cambiar. ¿Te atreves a despertar y a brillar en todo tu esplendor? Ojalá que sí. 

jueves, 31 de enero de 2013

¿DÓNDE ESTÁ TU COMPROMISO?


¿Cuántas veces a lo largo de tu vida has creído firmemente que deseabas conseguir algo, y, sin embargo, todo lo que ibas haciendo parecía sorprendentemente destinado a no conseguirlo? Seguro que esta historia te resuena. Es probable que a todos nos haya ocurrido en alguna que otra ocasión. Pero voy a ir más allá: ¿te has llegado a preguntar cómo es posible que ocurra? ¿Qué es lo que hace que, deseando algo tanto, pareciera que justamente huyes de ello? La clave que estás buscando tiene un nombre: se llama compromiso.

En nuestra vida, todos estamos comprometidos con algo, y ese algo es la causa de que elijamos unas cosas y renunciemos a otras. Todo lo que elegimos es coherente con eso que andamos buscando; en ocasiones, el compromiso está en hacer, y, en otras, en no hacer. Y, a veces, no sabemos o no queremos ver dónde está nuestro verdadero compromiso. Es decir, que hay ocasiones en las que nuestro compromiso está oculto a nuestros ojos, pero no significa que no exista; de hecho, sigue dirigiendo, desde la sombra, nuestras vidas. La madre o el padre que decide pedir una excedencia laboral está comprometida o comprometido con el cuidado de su hijo, aunque diga que su prioridad es su carrera profesional; la persona que trabaja diez horas al día está comprometida con su trabajo, aunque diga que su objetivo es quedar con sus amigos para relajarse; el que sufre debido a sus pensamientos negativos, y decide seguir teniéndolos, está comprometido con ese sufrimiento, aunque diga que su objetivo es disfrutar con alegría de la vida.

El compromiso es un ingrediente básico e irreemplazable en cualquier proceso de Coaching: el coachee llega, declara su objetivo, se compromete a llevar a cabo ciertas acciones,  y es trabajo del coach observar si hay coherencia entre lo que dice que quiere, y lo que realmente está haciendo para conseguirlo. Y, en caso de que no la haya, mostrárselo, y recordarle cuál fue el compromiso que adquirió el primer día. La existencia de compromisos ocultos puede boicotear un proceso de Coaching, por lo que conviene dejarlos al descubierto lo antes posible, incluso cuando no sean fáciles de aceptar. Porque nos puede parecer que nuestros compromisos no son siempre valientes y loables: aunque nos duela, como personas humanas que somos, sentimos miedo, somos vulnerables, nos gusta que nos reconozcan, necesitamos la atención  y la aceptación de los demás, y a veces no nos apetece nada esforzarnos. Ésa es nuestra sombra, y forma parte inequívoca de nuestro ser, ¿qué ganamos negándola? La idea es, en primer lugar, aceptarla, para, después, actuar en consecuencia si estamos comprometidos con cambiarla.

Suele ocurrir que confundimos el compromiso con la obligación; en el caso de la obligación, nos vemos forzados a hacer algo que no hemos elegido porque ponemos el foco en el peligro de las consecuencias de no cumplir con ello: algo que nos ha sido impuesto, o algo que es así o que debe ser así. En cambio, en el compromiso el foco está en el deseo, en la pasión, en la motivación surgida de hacer las cosas porque las hemos elegido con plena libertad, aunque tengan un coste y supongan un esfuerzo por nuestra parte. Como escribió Shearson Lehman, el compromiso es lo que transforma una promesa en realidad, es la acción que habla más alto que las palabras, es el triunfo diario de la integridad sobre el escepticismo. Así que con el compromiso no valen las excusas: si ya has decidido que no puedes seguir adelante con algo que dices que quieres porque no tienes tiempo, porque eres muy mayor, porque es muy difícil, o porque ahora no es el momento idóneo, ten muy claro que, en el fondo, no lo quieres. Tu compromiso se encuentra en algún otro lado, en uno más bien oscuro, ligado a una necesidad más profunda.

Para transitar por la vida dejando huella necesitamos comprometernos: comprometernos con los proyectos, con las acciones, con las decisiones, con las relaciones, con las personas. Y hay pocas satisfacciones mayores que la de lograr algo que uno se había propuesto. Jim Selman sostenía que la capacidad de comprometernos es probablemente el aspecto más destacable y constitutivo de nuestra existencia como seres humanos. Y nadie dijo que fuera fácil, pero, definitivamente, sí que valdrá la pena. ¿Te atreves?

sábado, 29 de diciembre de 2012

2013: 365 DÍAS POR VIVIR


Quedan muy pocos días para acabar este año, y me gustaría preguntarte una cosa: ¿has decidido ya qué 2013 quieres tener? Quizás te sorprenda la pregunta porque estás acostumbrado a pensar que las cosas son como son, independientemente de lo que tú quieras. Pues bien, te invito  a tomar otro punto de vista: como decía Anaïs Nin, las cosas no son como son, sino que son como somos.

Puede ser que lo que acabo de plantear te parezca una tontería, o incluso una frivolidad en los tiempos que corren. Si es ésa tu opinión, me gustaría que pensaras por un momento en tus abuelos y en tus padres; es más que probable que les tocara vivir la guerra civil, y también la terrible postguerra.  Tiempos extremadamente duros de muerte, hambre, penuria y miedo. ¿Te puedes llegar a imaginar cómo se siente alguien en tal situación? Y, sin embargo, se levantaban cada día, seguían con su existencia, e incluso decidían dar vida a unos hijos y se permitían soñar con un futuro mejor, gracias a lo cual tú estás aquí hoy. Como escribió Sartre, seguro que hubo tiempos más bellos, pero ése era el suyo, y no estaban dispuestos a perderlo. Ésa es la actitud de los que, a pesar de lo que ocurra, están más que dispuestos a seguir adelante,  y a disfrutar de lo bueno que surja. Lo que te quiero decir es que tú vienes de una casta de valientes, y que no debes permitir que nada ni nadie te arrebate la libertad de elegir tu actitud ante las cosas que va trayendo la vida.

Los habrá que, aun tras esta reflexión, sigan eligiendo pensar que ser pesimista es, en realidad, ser realista, y que ser un “happy flower” (como a veces se denomina a los optimistas) es poco menos que ser un inconsciente sin criterio. Desde un punto estrictamente estadístico, la probabilidad de que las cosas salgan “bien” es exactamente la misma de que las cosas salgan “mal”, por lo que podríamos considerar que tan errado va un optimista inconsciente como un pesimista recalcitrante, es decir, que ambos extremos son poco realistas. Además, representaría un arduo trabajo ponernos todos de acuerdo sobre qué significa exactamente que las cosas salgan bien”: un día de lluvia en pleno Agosto puede ser un gran inconveniente para alguien que veranea en la playa, y sin embargo puede ser una bendición para alguien que espera una buena cosecha en otoño. 

Porque, seamos serios, ¿qué beneficio se obtiene de ser pesimista? Por lo que deduzco, una persona escoge el pesimismo básicamente porque debe evitar a toda costa ser un “inocente” que cree que las cosas pueden ir bien, cuando toda persona “realista” sabe que las cosas tienen una extraña tendencia a ir mal, como ya señalaba el incansable Murphy, y también nuestro tradicional refranero: piensa mal y acertarás. Es decir, que ser pesimista sirve para no sentirse decepcionado, en caso de que vengan mal dadas, y para poder decir aquella frase que tanto nos gusta: “ya te lo decía yo”. Es un lícito mecanismo de defensa ante la falta de confianza en los propios recursos. Pero, hasta que lleguen esas terribles tragedias que nos han de asolar, ¿qué ocurre? Pues que nos amargamos la vida, y que tomamos todas nuestras decisiones basándonos en la previsión de escasez y en el miedo, limitándonos constantemente. Por lo que no es de extrañar que Eduard Biosca, en su libro “Optimismo global”, se permita la libertad de cambiar el refrán de una manera, diría yo, muy acertada: piensa mal y te amargarás. Y ahí tenemos la profecía autocumplida: para evitar la ansiedad y el estrés que me provocaría todo lo terrible que podría llegar, utilizo un mecanismo de defensa que me genera, justamente, ansiedad y estrés. Si tuviéramos más sentido del humor, podríamos encontrarlo hasta gracioso.

Visto que las cosas son como somos, y que tu actitud es la que marca el signo de tu vida, ¿qué tal si para el 2013 eliges una actitud diferente, una actitud de confianza ante ti mismo y tus propios recursos? Somos conscientes de que, seguramente, hubo tiempos más bellos, pero éste es el nuestro, y hemos aprendido de nuestros ancestros que no podemos desperdiciarlo. Ocurra lo que ocurra, tú vas a saber hacer lo que tengas que hacer para superarlo. Y, cuando lleguen momentos de flaqueza, que los habrá, recuerda las sabias palabras de Amin Maalouf: más vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación



viernes, 30 de noviembre de 2012

EDUCANDO AUTÓMATAS


La niñez es lo más sagrado que hay: nacemos pequeños, inocentes, inquietos, y durante nuestros primeros años de vida lo observamos todo con curiosidad y asombro, experimentamos, creamos, inventamos y, jugando, aprendemos todo aquello que va a conformar al futuro adulto que subyace en nosotros. Aprendemos porque obtenemos placer en ello, y, aún más, porque para el ser humano no es posible no aprender.

Hasta que, el día que menos te lo esperas, te llevan a un lugar llamado “escuela”.  Ahí empieza tu proceso de “educación”. ¿Qué significa educar? Muchos autores han emitido su opinión al respecto, yo me quedo con la de Pitágoras: “Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida”. Una lástima que nuestro actual sistema de educación occidental, heredero directo de la tradición prusiana de finales del siglo XVIII, y adaptado a las necesidades de la revolución industrial, haga oídos sordos a las palabras de Pitágoras.

Todos nos hemos visto obligados a pasar por ese sistema, y sabemos bien cómo funciona: reunimos en un aula a un cierto número de personas de la misma corta edad (aunque de muy diferentes orígenes, intereses e inquietudes), y nos dedicamos a “adiestrarlas”, como dice el doctor Carlos Wernicke. Se trata, sobre todo, de que aprendan a permanecer sentadas, quietas y en silencio, que aprendan a callar y a obedecer. Posteriormente, les vamos introduciendo un temario único, obligatorio, y decidido por nuestros gobernantes, que no sabemos si les interesa o no, pero da igual, porque lo “tienen que” aprender. Y, para asegurarnos de que lo aprendan, les aplicamos un sistema de evaluación denominado “exámenes”, que nos acaba por relacionar a cada persona con un número (o una letra, o una carita alegre o una carita triste), en función del cual decidimos si esa persona es válida o no para la universidad, para el mercado laboral, para el mundo. Y, a los considerados como “no válidos”, por si no hubiera suficiente desgracia con haber logrado tal etiqueta, les vamos a colgar unas cuantas más, como “inadaptado”, “rebelde”, “gamberro”, “vago” o “problemático”.

En resumen, que, en aras de la supuesta educación, lo que hacemos es no escuchar a los niños, no tener en cuenta ni sus inquietudes, ni sus opiniones, ni sus emociones, convertirlos en personas dóciles de fácil manejo, matando aquello que los hace únicos e insustituibles, tratarlos como autómatas, sin amor y desde la obligación, y aún nos molesta que se aburran y se sientan desmotivados. Conviene no olvidar que esos niños se convertirán algún día en adultos, como bien escribía Krishnamurti:  “La verdadera educación debe ayudar al alumno a descubrir cuáles son sus auténticos intereses. Si el niño no descubre su verdadera vocación, su vida entera le parecerá un fracaso; se sentirá frustrado haciendo lo que no quiere hacer. Si quiere ser artista y, en vez de eso, acaba trabajando de escribiente en una oficina, se pasará la vida quejándose y padeciendo. Así pues, es muy importante que cada uno averigüe lo que quiere hacer, y que luego vea si vale la pena hacerlo”. Es decir, que el prototipo de adulto desmotivado, que ha perdido la pasión por la vida, que se siente resentido y perdido,  no surge de la nada. Es el fruto de lo que sembramos en su infancia. Como dijo Isabel Allende, en muchos casos, la infancia feliz es un mito.

¿Y cabe buscar culpables? Como casi siempre en la vida, no hay culpables, sólo responsables. Y no me estoy refiriendo sólo a padres o educadores, que, al final,  son hijos del mismo sistema, y que hacen lo que buenamente pueden. En realidad, todos somos responsables de que la educación siga siendo como es, todos excepto los niños. Y lo que tiene de excelente aceptar la propia responsabilidad es que pone también en nuestras manos la capacidad de cambiar las cosas: sin ser ingenuos, seguro que podemos diseñar un nuevo sistema educativo que sí escuche, que sí atienda, que sí valore la diferencia, que sí respete el ser; todo es cuestión de voluntad. Aunque seguramente no será tan cómodo como el actual, sí que supondrá tratar a los niños desde el amor y el compromiso, y eso será garantía de unos futuros adultos con calidad de vida y dispuestos a aportar mejoras a la comunidad. Tal y como dijo Bob Talbert, enseñar a los niños a contar es bueno, pero enseñarles lo que realmente cuenta es mejor. ¿Te apuntas a esta revolución?

¿Crees que es una utopía? http://youtu.be/9iyI9GFfFWU  
Ya se está haciendo: http://www.educacionprohibida.com/