¿Grito de guerra? ¿Llamada de auxilio? ¿Declaración de
intenciones? En cualquier caso, y sin ninguna duda, es el título del nuevo
libro de la escritora y comunicadora Roser Amills, una fresca invitación a
reflexionar, en clave femenina, sobre los secretos para alcanzar la ansiada felicidad sexual.
¿Y qué se nos pasa por la cabeza cuando escuchamos tal
afirmación en boca de una mujer? ¿Qué pensarías tú? De hecho, ¿qué has pensado tú? No es cosa
habitual escuchar a la población femenina compartir con el mundo su gusto por
el sexo, y sin embargo es un tema bastante más extendido entre la población
masculina. ¿Es que las mujeres no
disfrutamos del sexo? ¿O quizás ese silencio se deba a otros motivos?
Existe una primera posibilidad, bastante obvia, aunque
en absoluto racional, que tiene que ver con el miedo al qué dirán:
las mujeres que “airean” sus asuntos en materia sexual suelen provocar todo tipo de suspicacias, cuando no son tachadas directamente de casquivanas, o algo incluso peor.
Exponer dichos asuntos en
público se considera aceptable viniendo de un hombre, pero todavía censurable viniendo de una mujer. Conviene
recordar que la nuestra es una tradición judeocristiana, en la cual el cuerpo
de la mujer siempre ha tenido un estigma de pecado, ligado a la tentación y al
peligro. Además, el papel sexual que la mujer ha venido desarrollando
tradicionalmente ha sido el de simple receptora pasiva, por lo que aún hoy a
muchos y muchas les resulta incómodo aceptarla como agente activo en la materia,
con sus propias necesidades y elecciones.
Pero existen también otras posibles causas para el
silencio femenino respecto al sexo: ¿cómo se puede vivir bien la sexualidad cuando una no se siente cómoda en su propia
piel? Nuestra sociedad nos vende el culto al cuerpo y la obsesión por la
eterna juventud como una especie de panacea universal, y nosotras la compramos
sin rechistar. En realidad, se trata de una elegante forma de autodestrucción: cuando la celulitis, las arrugas
o las canas equivalen a un fracaso personal, da igual lo inteligente, positiva
o generosa que sea una mujer, que se va a seguir sintiendo indigna. El hecho de
ligar nuestra valía a un aspecto físico que, irremediablemente, se deteriora, y
al visto bueno de los demás, nos coloca en una situación de inseguridad y vulnerabilidad extrema. Y la negación
o el rechazo del propio cuerpo puede
frustrar cualquier posibilidad de compartirlo o disfrutar de él.
A estas alturas, sabemos positivamente que lo que pasa
por la mente condiciona de manera
definitiva el disfrute sexual. Porque, de hecho, el sexo empieza en el cerebro.
Y ya hemos hablado del temor de la mujer a lo que digan los demás, pero, ¿qué es lo que se dice ella misma? Sin ninguna duda, la mente de la mujer es su peor enemiga a la hora de dejarse llevar.
El placer femenino ha estado tradicionalmente supeditado al masculino,
y a día de hoy todavía subsisten muchas ideas
preconcebidas, que se traducen en conductas como angustiarse por querer
“estar a la altura”, o callarse la insatisfacción para no “molestar” o porque
“toca aguantarse”. Como si nuestro placer fuera secundario, y el otro nos
estuviera haciendo un favor. Como si nuestras necesidades fueran menos
importantes. Como si no tuviéramos
derecho a ser nosotras mismas, a respetar
lo que deseamos y a luchar por ello. Estaremos de acuerdo en que, con este
altísimo nivel de autosabotaje, no
hay quien disfrute de nada.
Todo lo anteriormente comentado no implica, por
supuesto, que los hombres lo tengan mucho mejor que las mujeres; de hecho,
bastante tienen ellos con su ancestral deber de “dar la talla” tanto si nieva como
si caen bombas, cosa que, por cierto, provoca cada día un mayor número de disfunciones y consultas a especialistas. Lo que sí implica es que existen
diversos motivos por los cuales a las mujeres aún hoy nos cuesta gritar al viento
nuestro gusto por el sexo, y que cada una sufre sus propios fantasmas. Nos quedan muchas batallas por ganar en
el camino hacia la libertad y la felicidad sexual, y la más importante la hemos
de librar, sin duda, contra nosotras
mismas. Por mucho que pensemos, o incluso digamos, que tenemos derecho a
vivir plenamente nuestra sexualidad, por más que lo deseemos, no lo lograremos
hasta que nos demos permiso para ello. Se trata de liberar la mente, lo que pasa por escucharnos con atención, por respetarnos
sin excepción, por aceptarnos sin negación alguna, por responsabilizarnos de
nuestro placer y por seguir aprendiendo todo lo que aún nos queda por aprender.
Y todo eso sólo se logra dejando de ignorar nuestras penas, y poniendo en
práctica nuevos puntos de vista, por incómodos que resulten al principio.
Y ahí va una última reflexión tanto para ellos como
para ellas: ¿qué pasaría si conocieras bien tu cuerpo, si tuvieras claro cómo
querrías que fueran tus relaciones sexuales y se lo comunicaras a tu pareja, si
tuvieras en cuenta los deseos del otro? ¡Pues que el juego podría ser realmente
satisfactorio para ambos! Y, en palabras de Roser Amills, entonces sí que podríamos
gritar “¡oye, mundo, me gusta el sexo!”, con
la cabeza bien alta y los ojos sonrientes, como faceta completa y satisfactoria
de la existencia que es.
Y tú, ¿te sientes a gusto en tu piel? ¿Te atreves a vivir tu cuerpo con naturalidad?
Te deseo lo mejor,
Maika.
P.D.: Si quieres aprender a aceptarte y quererte más, podemos trabajar juntas. Contacta conmigo aquí
Este post lo escribí especialmente para mis amigos de www.vectorsocial.com, que lo publicaron el 24/05/13.
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